EL MENSAJERO

 

EL MENSAJERO

2002. Lápiz en papel. 22×28 cm.

[Este dibujo ilustra la portada de El Mensajero, segundo volumen de la tetralogía Cortejo y Epinicio (LOM Ediciones, 2003), en la que cada volumen corresponde, entre otros temas, a las cuatro etapas del hombre. El Mensajero tiene lugar durante las primeras décadas de la edad adulta.]

Todavía está descubriendo el planeta Tierra.

Comienza a contar lo que ha visto. No le basta con simplemente transmitir un mensaje: cuando el contenido es importante, la mayoría de la gente no escucha. Inmersos en su acostumbrada manera de pensar, no aceptan información nueva. Si quiere hacerse escuchar, el Mensajero necesita gritar. Lo hace con la energía de la juventud; a esa edad todavía tiene esperanza de que su intervención incitará al cambio.

Sus ojos están cerrados: decidido a perseverar en su misión, prefiere no ver el escaso interés que suele prestar la humanidad. Se niega a visualizar la pérdida de tiempo que su empeño le podría costar.

También se dirige el mensaje a él mismo: mejor no dejarse distraer por el espectáculo del mundo. En cambio, se concentra en el riesgo que corre de traicionarse y postergar lo que ha venido a hacer.

Un cuello hecho de patas y garras: captura sin vacilaciones la realidad, la absorbe y la traduce en palabras. Las líneas, tensas e irregulares, evocan el esfuerzo que se precisa para decir la verdad. La garganta se nota torturada, impuesta a tragarse las atrocidades que se despliegan frente a él y que se acompañan de la impunidad que tan a menudo beneficia a los delincuentes. Él sabe que, desde siempre, esta situación ha sido así.

Se eriza horrorizado ante lo que presencia. Un mechón de cabello se alza cual antena. Plenamente consciente, percibe lo que otros no. Su vasta frente revela lo elevado de sus pensamientos.

El afán de gritar las noticias le ha abierto la boca a tal punto, que el labio inferior (a la izquierda) se ha desgarrado; blanco sobre blanco, la luz se filtra por la grieta.